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Casada, soltera, viuda o monja…

Si han leído las columnas anteriores ya sabrán que no puedo decir sino que el aborto es un doloroso pero inexcusable derecho de las mujeres. Igual que el de ser madres. Lo que ocurre es que durante muchos años -siglos- ser madre fue una obligación de la que sólo estaban excluidas las monjas. Las que no podían tener hijos eran miradas con conmiseración, y las que no lograban alcanzar el santo estado del matrimonio se las catalogaba como solteronas, mocitas viejas a las que, por otra parte, les estaba prohibido conocer varón. En fin, todo muy estilo Edad Media. Ahora, con las palabras de Ruíz Gallardón según las cuales «la libertad de la maternidad hace a las mujeres auténticamente mujeres» parece que volvemos a aquellos oscuros años de mi infancia cuando saltábamos a la comba con una cancioncilla que decía: «quisiera saber mi vocación, casada, soltera, viuda o monja»  en la que como pueden obervar la vocación de las mujeres se limitaba sólo al estado civil. Las mujeres son mujeres con hijos, sin hijos, casadas, solteras, viudas,  monjas, con velo, sin velo, con perro y hasta con pelos en las piernas. Las mujeres son – o deberían ser en todo el mundo – sujetos con capacidad para llevar a cabo su propio proyecto de vida, incluya eso tener  hijos o dedicarse a tocar el trombón. Toda esa paparrucha sobre la libertad y las mujeres viene a cuento, de nuevo, por el tema del aborto. Que si hay que volver a la ley de supuestos, tema sobre el que ya dije en una columna anterior (aquí) que el 98% de los casos se debía a peligro físico o psíquico para la salud de la mujer. ¿Y por qué no volver a una situación anterior, a aquella en la que las españolas abarrotaban las líneas aéreas los fines de semana para ir a Londres o a Amsterdam, donde había unas clínicas con personal que hablaba el español mejor que yo? O aún mejor, a aquella época aciaga en que a las mujeres les metían agujas de hacer calceta o ingerían perejil y se desangraban sobre las mesas de los carniceros. O ya puestos por qué no imponer el cinturón de castidad a toda mujer en edad de procrear, en especial a las jóvenes y solteras, para que aprendan a esperar a estar casadas y sepan prestar a sus maridos el débito conyugal. Mientras el único modelo de sexualidad válido sea el impuesto por los hombres se seguirán produciendo embarazos no deseados. El aborto no es más que un fracaso de ese modelo, y puesto que es la consecuencia indeseada de la propia sexualidad masculina, parece justo y necesario que sean las mujeres las que tengan pleno derecho a decidir qué hacer en esa situación. Mientras tanto pensemos qué otros sistemas podría haber: por ejemplo vasectomización masiva de hombres. O mejor aún  ¿qué tal si se la cortan de una vez?